martes, 25 de junio de 2013

El ciego vidente (parte 7)

Por supuesto, las noticias del milagro corrieron muy rápido por toda la ciudad. Y pronto el mismo Emperador se enteró de que había un viejo ciego que se jactaba de ver sin ojos y de resucitar a los muertos.
El Emperador estaba indignado. La gente a la que gobernaba era demasiado ignorante, estaba dispuesta a creerse cualquier tontería y resultaba presa fácil para toda clase de impostores y tramposos. Él era un hombre inteligente, que había estudiado, y no estaba dispuesto a dejarse engañar tan fácilmente. En su propio palacio ya había dejado en ridículo a más de uno de estos supuestos magos, a los que castigaba severamente. Dio orden de que trajeran al ciego a la corte. Y ordenó que le pusieran delante una rata muerta.
-Dicen que tus ojos no ven este mundo pero pueden ver el Otro. ¿Qué ves aquí?- preguntó el Emperador.
-Ratas muertas -dijo el ciego.
-¿Ratas? ¿Cuántas ratas?
-Veo los espíritus de cinco ratas.
-¡Estafador, mentiroso! -gritó el Emperador, furioso -. Aquí hay una sola rata. A mí no me vas a engañar tan fácilmente.
-Cinco ratas muertas- insistió el ciego.
-¡Te atreves a discutir lo que todos estamos viendo! Hay que dar un buen ejemplo de una vez por todas. Este hombre debe pagar por sus engaños. ¡Que le corten la cabeza!
Inmediatamente los guardias del palacio tomaron de los brazos al pobre viejo y lo llevaron a la rastra hasta la Torre de las Ejecuciones. El ciego seguía insistiendo y protestando, lo que solo sirvió para aumentar la indignación del Emperador.
Cuando el emperador comprendió lo que había pasado y supo que acababa de condenar a muerte a un hombre sabio, que tenía realmente poderes mágicos, se horrorizó. Había cometido un error terrible. Pero por suerte todavía estaba a tiempo de solucionarlo.
-¡A la torre, ahora mismo! -le ordenó a uno de los guardias-. No pierdas el tiempo en subir las escaleras. Debes hacerle señales al verdugo desde abajo, con la bandera.
La señal era clara. Si la bandera se inclinaba hacia la izquierda, debía caer el hacha del verdugo. Si se inclinaba hacia la derecha, quería decir que el prisionero había sido perdonado.
Continuará...

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