martes, 25 de junio de 2013

El ciego vidente (parte 3)

En este momento está entrando a una casa muy grande y linda.
-Lléveme hasta ahí, es urgente- pidió el viejo.
La mujer, como la mayor parte de los habitantes de la ciudad, conocía y respetaba al viejo ciego y no tuvo inconvenientes en guiarlo hasta la puerta de la casa. En este momento, desde las habitaciones interiores, se escuchó un grito de terror y locura, un grito desesperado.
-¿Qué ha pasado? -le preguntó el ciego a uno de los servidores, el guardián de la puerta.
-¡Algo terrible! El hijo de nuestro amo, un muchacho fuerte y sano, ha caído muerto de repente, sin enfermedad, sin aviso. ¡Se le detuvo el corazón!
-Rápido, llévame ahora mismo adonde está tu amo, creo que todavía estamos a tiempo.
El guardián dudó un momento, pero después pensó que el dueño de casa estaba en tal estado que no tendría fuerzas para castigarlo si cometía un error. No podía haber ningún mal en acercarle a ese viejo ciego, que quizá podría decirle alguna sabia palabra de consuelo.
El hombre tenía todavía a su hijo en brazos y lo apretaba contra su pecho. Parecía atontado, como si hubiera recibido un fuerte golpe en la cabeza. No lloraba, pero tenía los ojos como desorbitados de pena y un gemido doloroso se escapaba de su pecho junto con la respiración. Se quejaba sin saberlo, sin darse cuenta.
El viejo no podía verlo, pero no necesitó que le dijeran dónde estaba. Sólo un padre podía gemir así por su hijo muerto.
No había tiempo que perder.
-Puedo salvar a su hijo- le dijo.
Y como el pobre hombre seguía sin responder, como si no hubiera entendido, se acercó y lo golpeó en el hombro con su bastón.
-¡Puedo salvarlo! Pero tengo que actuar ahora mismo, mientras su cuerpo está todavía caliente. Si dejamos que se enfríe será tarde.
-¿Qué... qué hay que hacer?- dijo el pobre padre, tratando de no ilusionarse con esas palabras increíbles.
-Debo echar a los espíritus malignos que entraron en él. Necesito quedarme con el cuerpo en un cuarto pequeño y absolutamente cerrado. No puede tener ni una rendija.
Inmediatamente se dispuso el lugar. El ciego se encerró con el cuerpo del chico en un cuartito, que los servidores se ocuparon de hacer hermético. Se cerraron bien las puertas y ventanas. Hasta las grietas mínimas se cubrieron con papel, el mismo papel que se usaba en esa época en las ventanas, en lugar de vidrio. Guiándose por las corrientes de aire, el viejo controló que no quedara ni la más pequeña posibilidad de salir al exterior. Ni la aguja más fina, ni siquiera el humo o el vapor podrían escapar de esa habitación.
Apenas unos minutos habían pasado, y sin embargo era casi demasiado. El cuerpo se enfriaba rápidamente.
Continuará...

No hay comentarios:

Publicar un comentario